jueves, 25 de octubre de 2007

La vanguaridia Festejo y ...


Nadie ignora que, a esta altura de la vida, ir a un show de Charly García implica el peligro de exponerse a tormentos varios: largas esperas; probables conciertus interruptus; disparates surtidos sobre el escenario. Para muchos vale la pena el riesgo, a cambio de ver en acción a uno de los genios del rock nacional. El lunes ocurrió todo eso y más, en dosis desiguales. Mucho de lo temido y poco de lo deseado.

El objetivo era festejarle los 55 años a García, que citó a sus fanáticos a las 22 en el Gran Rex, con una consigna: tenían que concurrir munidos de auriculares y una radio FM, para captar el concierto en el 100.1 del dial. Cuando a las 22.05 el músico se bajó de una limusina en la puerta del teatro y —acompañado por una Deborah de Corral disfrazada de novia— cruzó la platea para subir al escenario, la sensación era que todo saldría bien. Mientras García y su banda ajustaban detalles detrás del telón, Juan Alberto Badía y Alejandro Pont Lezica —uno como locutor, el otro como musicalizador—, daban mansa y prolijamente vida a la Radio Say No More preparada por alumnos de RadioTEA. Con los auriculares puestos se podían escuchar voces emblemáticas de la radio —desde la Vernaci hasta Antonio Carrizo—, y saludos de famosos como Antonio Gasalla.

Una hora después de lo anunciado se corrió el telón y apareció Charly, sentado en un sillón de época, con la blanca y radiante De Corral a su lado. Arrancó con No importa, Me siento mucho mejor y Nos siguen pegando abajo. Siempre a través de la radio: quien se sacaba los audífonos sólo podía escuchar la batería. El sonido no era óptimo, pero el experimento —que García ya había probado en lugares más chicos— funcionaba. Hasta que el cumpleañero anunció que tocaría Fantasy: intentó arrancar, pero la banda no lo siguió. "¡No sé por qué se me ocurre tocar lo que no saben! ¿No la sabíamos esta?", graznó. Y empujó una consola que tenía a mano: fue la muerte de la "experiencia única en la radiofonía argentina" que tanto había promocionado Badía. Charly intentó subsanar el dislate con otro dislate: se arrimó al borde del escenario provisto de un megáfono y una guitarra acústica. Era imposible: se corrió el telón, se prendieron las luces. La gente, que había pagado desde 45 a 110 pesos, fue paciente y esperó. Esperó 40 minutos.

Era casi medianoche cuando García reapareció y, en un rapto de irónica lucidez, comparó a la reanudación del concierto con un vuelo de "Aerolíneas Bochorno". Desde entonces, la banda (presentada como Charly & The Prostitution: Kiuge Hayasida, Carlos González, Toño Silva y Fernando Kabusaki) tocó a la manera usual. Es decir, sin chirimbolos radiales, porque por momentos sonó mal, desorganizada, improvisada. Lo peor fue la presentación de las canciones del futuro disco, Kill Gil, hecha sobre pistas grabadas: un semiplayback lamentable, con De Corral mostrando que sus cuerdas vocales son menos agraciadas que otros rincones de su cuerpo.

Luego de un dueto con Andrew Oldham, el descubridor de los Stones, Charly se despidió; por segunda vez, todo pareció terminar. Pero nadie se movió. La espera de diez minutos valió la pena: aún faltaba una quincena de éxitos. Sucios, desprolijos, incompletos, pero potentes, como Desarma y sangra, El fantasma de Canterville o Estoy verde. En una caricatura de rock star, al retirarse García trató de romper —sin mucho éxito— todo lo que pudo: megáfono, guitarra, amplificadores, sillón. Antes había dado otra muestra de sensatez, con una frase que resume este momento de su carrera: "Ustedes son muy complacientes conmigo".

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